viernes, agosto 31, 2012

Acantilados de papel, 426: Los gatos de Santa Felicitas

Dolores Estal Hernández
Los gatos de Santa Felícitas.
Amaranto cultural, 2011

Hay que llegar al final de esta novela, la primera que publica Dolores Estal, para tener la certeza de que en ningún momento ha sido su intención “juzgar ni justificar unos acontecimientos vividos por una parte de la ciudadanía argentina durante los años de la Dictadura Militar”, confesión que puede constituir una de las sorpresas que aguardan al lector o lectora en cualquier rincón de las precedentes doscientas treinta páginas.
Una novela que tiene mucho de ausencias, pues una ausencia, la de su hermano Blas Estal, es el germen de conocer, en la distancia, la Iglesia de Santa Felicitas, en el barrio de Barracas, Buenos Aires, Argentina y, fijado el eje de la novela, a través de uno de los personajes, Rosita en concreto, unirlo con la costa mediterránea de España, allá donde vive la autora, que seguro nos espera para pasear por su amada Calderona mientras disfrutamos del paisaje y de sus aromas.
Pero una novela cuya trama transcurre durante el periodo de la Dictadura Militar- así escrito por ella, en mayúsculas- difícilmente puede dejar a un lado, en algún momento de la narración, las desapariciones de jóvenes, las torturas, las bolsas de plástico en la cabeza de las víctimas y, o mejor dicho, o cómo éstas eran arrojadas al mar desde aviones.
Y eso que Santa Felicitas es una Iglesia que atrae inopinadamente al joven protagonista, el mismo que nos narra la historia desde lo que ve y desde lo que cree ver cuando tiene experiencias místicas en el interior del templo. Allí, además de conocer a cientos de gatos, entabla amistad con Calixto, otro enigmático personaje seducido también por el lugar y lo que en él cree ver, o cree oír, y que el lector tendrá que descubrir a lo largo de la narración.
Dolores Estal ha tenido mucho cuidado en ocultarnos la identidad del joven narrador. Conoceremos a todos los personajes por su nombre, menos a él. A Mariela, su madre; a Mateo, la pareja de su madre, y cuyo anuncio de boda desatará confesiones inesperadas; a Juan, cuya desaparición y ausencia lo harán más dolorosamente presente; a Isabel, su hermana; a Rosita, su novia, enamorada tanto de su tierra española como de sus lazos argentinos; al citado Calixto... pero quien escribe esto se ha quedado con las ganas de conocer el nombre del protagonista y narrador.
Un joven que tiene muy presente que “en ocasiones somos nosotros mismos quienes generamos los prodigios con nuestra fuerza”, y en la novela hay mucho de esos prodigios personales hasta llegar a un final del que yo mismo me pregunta si es ¿inesperado?

Francisco Javier Illán Vivas

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